Capítulo 5 – Bienaventurados los Afligidos – 3

Justicia de las aflicciones

3. Las compensaciones que Jesús promete a los afligidos de la Tierra sólo pueden tener lugar en la vida futura. Sin la certeza del porvenir, esas máximas serían absurdas; más aún, serían un engaño. Incluso con esa certeza, difícilmente comprendemos la utilidad de sufrir para ser felices. Se dice que así sucede para conseguir más mérito. Pero en ese caso nos preguntamos: ¿por qué algunos sufren más que otros? ¿Por qué algunos nacen en la miseria y otros en la opulencia, sin que hayan hecho nada que justifique esa situación? ¿Por qué a algunos nada les sale bien, mientras que a otros todo parece sonreírles? Sin embargo, lo que se comprende menos aún es ver los bienes y los males tan desigualmente distribuidos entre el vicio y la virtud; así como ver que los hombres virtuosos sufren al lado de los malos que prosperan. La fe en el porvenir puede consolar y aportar paciencia, pero no explica esas anomalías que en apariencia desmienten la justicia de Dios. No obstante, siempre que se admita la existencia de Dios, no es posible concebirlo sin la infinitud de las perfecciones. Dios debe ser todo poder, todo justicia, todo bondad, pues sin eso no sería Dios. Ahora bien, si Dios es soberanamente bueno y justo, no puede obrar por capricho ni con parcialidad. Las vicisitudes de la vida tienen, pues, una causa, y puesto que Dios es justo, esa causa debe ser justa. Esto es lo que todos debemos asimilar correctamente. Dios orientó a los hombres hacia el descubrimiento de esa causa mediante las enseñanzas de Jesús, y en la actualidad, al juzgar que se hallan suficientemente maduros para comprenderla, la revela por completo a través del espiritismo, es decir, mediante la voz de los Espíritus.