Capítulo 8 – Bienaventurados los Limpios de Corazón – 10
Los judíos habían descuidado los verdaderos mandamientos de Dios, para observar la práctica de los reglamentos establecidos por los hombres, y habían hecho del riguroso cumplimiento de esos reglamentos una cuestión de conciencia. El fondo, muy sencillo, había finalmente desaparecido bajo la complicación de la forma. Como era más fácil respetar los actos exteriores que reformarse moralmente, es decir, lavarse las manos que limpiarse el corazón, los hombres se engañaron a sí mismos, y se consideraron dispensados por Dios porque se ajustaban a esas prácticas, mientras seguían siendo tal como eran, pues se les había enseñado que Dios no exigía más que eso. Por esa razón el profeta dijo: En vano ese pueblo me honra con los labios, pues enseñan doctrinas y mandamientos de hombres.Lo mismo sucedió con la doctrina moral de Cristo, que terminó relegada a un segundo plano, lo que condujo a que muchos cristianos, a ejemplo de los antiguos judíos, consideraran que su salvación estaba más asegurada mediante las prácticas exteriores que a través de las de la moral. Jesús alude a esos agregados que los hombres hicieron a la ley de Dios, cuando dice: Toda planta que mi Padre celestial no haya plantado, será arrancada.El objetivo de la religión es conducir al hombre hacia Dios. Ahora bien, el hombre sólo llega a Dios cuando alcanza la perfección. Por consiguiente, la religión que no hace al hombre mejor, no consigue su objetivo. Aquella religión en la cual alguien considere que puede apoyarse para hacer el mal, es falsa o ha sido falseada en sus principios. Tal es el resultado de todas las religiones en que la forma supera al fondo. La creencia en la eficacia de los signos exteriores es nula si no impide que se cometan asesinatos, adulterios y robos, que se calumnie, que se haga daño al prójimo, de cualquier modo que sea. Esas religiones crean supersticiosos, hipócritas o fanáticos; pero no hombres de bien.No basta, pues, tener la apariencia de la pureza; ante todo es preciso tener la pureza del corazón.