Capítulo 8 – Bienaventurados los Limpios de Corazón – 19
Dejad venir a mí a los niños, porque yo poseo el alimento que fortifica a los débiles. Dejad venir a mí a aquellos que, tímidos y cansados, tienen necesidad de apoyo y de consuelo. Dejad venir a mí a los ignorantes, para que yo los instruya. Dejad venir a mí a todos los que sufren, a la multitud de los afligidos y los desventurados. ¡Yo les enseñaré el gran remedio para aliviar los males de la vida! ¡Yo les revelaré el secreto para curar sus heridas! ¿Cuál es, amigos míos, ese bálsamo soberano que posee la virtud por excelencia, ese bálsamo que se aplica a todas las llagas del corazón y las cicatriza? ¡Es el amor, es la caridad! Si tenéis ese fuego divino, ¿a qué temeréis? Diréis en todos los instantes de vuestra vida: “Padre mío, hágase tu voluntad y no la mía. Si te complace probarme mediante el dolor y las tribulaciones, bendito seas, pues sé que es por mi bien que tu mano pesa sobre mí. Si es de tu agrado, Señor, tener piedad de tu frágil criatura, si concedes a su corazón los goces puros, bendito seas también. Con todo, ¡haz que el amor divino no se adormezca en su alma, sino que sin cesar la estimule a que la voz de su reconocimiento se eleve hasta tus pies!”.Si tenéis amor, poseeréis todo lo que se puede desear en la Tierra, poseeréis la perla por excelencia, que ni los acontecimientos ni las fechorías de los que os aborrecen y os persiguen podrán arrebataros. Si tenéis amor, habréis colocado vuestro tesoro allí donde las polillas y la herrumbre no pueden alcanzarlo, y veréis borrarse gradualmente de vuestra alma todo lo que pueda manchar su pureza. Sentiréis que el peso de la materia se aligera día a día y, semejante al ave que surca los aires y no se acuerda ya de la Tierra, ascenderéis sin cesar, ascenderéis siempre, hasta que vuestra alma, embriagada, pueda saciarse de su elemento de vida en el seno del Señor. (Un Espíritu protector. Burdeos, 1861.)