Capítulo 8 – Bienaventurados los Limpios de Corazón – 20

Bienaventurados los que tienen los ojos cerrados

Mis buenos amigos, ¿para qué me habéis llamado? ¿Ha sido para que imponga las manos sobre la pobre que aquí sufre, y la cure? ¡Ah! ¡Qué sufrimiento, buen Dios! Ha perdido la vista y se halla entre tinieblas. ¡Pobre hija! Que ruegue y aguarde. No sé hacer milagros sin la voluntad del buen Dios. Todas las curaciones que he podido obtener, y de las que habéis tenido noticia, sólo debéis atribuirlas a Aquel que es el Padre de todos nosotros. En vuestras aflicciones, elevad siempre los ojos al Cielo y decid desde el fondo de vuestro corazón: “Padre mío, curadme, pero haz que mi alma enferma se cure antes que mi cuerpo. Que mi carne sea castigada, si es necesario, para que mi alma se eleve hacia ti con la blancura que poseía cuando la creaste”. Después de esa plegaria, mis buenos amigos, que el buen Dios escuchará siempre, recibiréis la fuerza y el valor, y quizá también la curación que vosotros habréis pedido temerosamente, en recompensa de vuestra abnegación.Sin embargo, ya que estoy aquí, en una reunión que ante todo se propone realizar estudios, os diré que los que están privados de la vista deberían considerarse como los bienaventurados de la expiación. Acordaos que Cristo dijo que era preciso que arrancaseis vuestro ojo si era malo, y que valía más que lo echarais al fuego que permitir que se convirtiera en causa de vuestra condenación. ¡Ah! ¡Cuántos hay en vuestra Tierra que un día maldecirán, en las tinieblas, por haber visto la luz! ¡Oh, sí, qué felices son aquellos que, en su expiación, son afectados en la vista! Sus ojos no serán causa de escándalo o de pecado. Pueden vivir por completo la vida de las almas. Pueden ver más que vosotros, que veis claramente... Cuando Dios me permite abrir los párpados a alguno de esos pobres que sufren, y devolverles la luz, me digo: “Alma querida, ¿por qué no conoces todas las delicias del Espíritu que vive en la contemplación y el amor? Si lo hicieras, no solicitarías que te fuera concedido ver imágenes menos puras y menos delicadas que las que te es dado entrever en tu ceguera”.¡Oh, sí, bienaventurado el ciego que quiere vivir con Dios! Más feliz que vosotros que estáis aquí, él siente la felicidad, la palpa, ve las almas y puede elevarse con ellas a las esferas espirituales, que ni los predestinados de la Tierra consiguen divisar. El ojo abierto siempre está listo para hacer caer en falta al alma. El ojo cerrado, por el contrario, siempre está dispuesto a hacer que ascienda hacia Dios. Creedme, mis buenos y queridos amigos, la ceguera de los ojos suele ser la verdadera luz del corazón, mientras que la vista suele ser el ángel tenebroso que conduce a la muerte.Ahora, algunas palabras para ti, mi pobre sufridora. ¡Aguarda y ten valor! Si yo te dijera: “Hija mía, tus ojos van a abrirse”, ¡cuánto te alegrarías! Pero ¿quién sabe si esa alegría no te ocasionaría un fracaso? ¡Confía en la bondad de Dios, que ha hecho la felicidad y también permite la tristeza! Haré por ti cuanto me esté permitido. No obstante, a tu vez, ruega y, sobre todo, reflexiona acerca de lo que acabo de decirte.Antes de que me retire, todos los que estáis aquí reunidos, recibid mi bendición. (Vianney, cura de Ars. París, 1863.)