Capítulo 8 – Bienaventurados los Limpios de Corazón – 5 a 7

Pecado de pensamiento. Adulterio

5. “Habéis oído que fue dicho a los antepasados: ‘No cometeréis adulterio’. Pero yo os digo que aquel que haya mirado a una mujer para desearla, ya cometió adulterio con ella en su corazón.” (San Mateo, 5: 27 y 28.) 6. La palabra adulterio no debe entenderse aquí en el sentido exclusivo de la acepción que le es propia, sino en un sentido más amplio. Jesús la empleó a menudo por extensión, para designar el mal, el pecado y cualquier pensamiento malo, como por ejemplo en este pasaje: “Porque quien se avergüence de mí y de mis palabras, en medio de esta generación adúltera y pecadora, el Hijo del hombre también se avergonzará de él cuando venga acompañado de los santos ángeles, en la gloria de su Padre”. (San Marcos, 8:38.) La verdadera pureza no reside solamente en los actos; también está en el pensamiento, porque quien tiene el corazón puro ni siquiera piensa en el mal. Eso es lo que quiso decir Jesús. Él condena el pecado, hasta de pensamiento, porque constituye una señal de impureza. 7. Ese principio nos conduce en forma natural a la siguiente pregunta: ¿Sufre uno las consecuencias de un pensamiento malo, aunque este no se haya realizado a través de los actos? Aquí debemos hacer una distinción importante. A medida que el alma, que está comprometida en el camino del mal, avanza en la vida espiritual, poco a poco se instruye y se despoja de sus imperfecciones, de conformidad con la mayor o menor buena voluntad que demuestre, en virtud de su libre albedrío. Así pues, los pensamientos malos son el producto de la imperfección del alma. No obstante, según el deseo que el alma ha concebido de purificarse, incluso ese pensamiento malo se convierte para ella en una ocasión de adelanto, porque lo rechaza con energía. Se trata de un indicio del esfuerzo que realiza para borrar una mancha. Si se presentara la ocasión de satisfacer un deseo malo, no cederá. Y después de que haya resistido, se sentirá más fortalecida y satisfecha con su victoria. Por el contrario, aquella alma que no adoptó buenas resoluciones busca la ocasión de realizar un acto malo, y si no llega a concretarlo, no es por obra de su voluntad, sino porque le ha faltado la ocasión. Por consiguiente, es tan culpable como si lo hubiera cometido. En resumen, en la persona que ni siquiera concibe el pensamiento del mal, el progreso ya se ha realizado. En aquella en la que surge ese pensamiento, pero lo rechaza, el progreso está en vías de cumplirse. Por último, en la que tiene un pensamiento malo y en él se complace, el mal existe todavía con toda su fuerza. En la primera, el trabajo está concluido; en la última, está por hacerse. Dios, que es justo, toma en cuenta todos esos matices relativos a la responsabilidad de los actos y de los  pensamientos del hombre.