Capítulo 8 – Bienaventurados los Limpios de Corazón – 8 a 9

Verdadera pureza. Manos no lavadas

8. Entonces algunos escribas y fariseos provenientes de Jerusalén se acercaron a Jesús, y le dijeron: “¿Por qué tus discípulos violan la tradición de los antepasados?; pues no se lavan las manos cuando toman los alimentos”.Jesús les respondió: “¿Por qué violáis vosotros el mandamiento de Dios, para seguir vuestra tradición? Porque Dios estableció este mandamiento: Honrad a vuestro padre y a vuestra madre; y este otro: El que maldiga a su padre o a su madre sea castigado con la muerte. Pero vosotros decís: Cualquiera que diga a su padre o a su madre: ‘Todo aquello con que pueda ayudarte es ofrenda que hago a Dios y satisface a la ley’; ese no tendrá que honrar ni asistir a su padre o a su madre. De ese modo habéis hecho vano el mandamiento de Dios, por vuestra tradición.”Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, cuando dijo: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me honran, pues enseñan doctrinas y mandamientos de hombres.”Después, habiendo convocado al pueblo, les dijo: “Oíd y comprended bien esto: No es lo que entra en la boca lo que ensucia al hombre, sino lo que sale de la boca, eso es lo que ensucia al hombre. Lo que sale de la boca proviene del corazón, y eso es lo que hace impuro al hombre; porque del corazón salen los pensamientos malos, los asesinatos, los adulterios, las fornicaciones, los robos, los falsos testimonios, las blasfemias y la maledicencia. Esas son las cosas que vuelven impuro al hombre. En cambio, comer sin haberse lavado las manos, no es eso lo que lo hace impuro”.Entonces se aproximaron a Él sus discípulos y le dijeron: “¿Sabes que los fariseos se han escandalizado, cuando oyeron lo que acabas de decir?”. Pero Él respondió: “Toda planta que mi Padre celestial no haya plantado, será arrancada. Dejadlos, son ciegos que guían a ciegos. Y si un ciego guía a otro ciego, ambos caen en el pozo”. (San Mateo, 15:1 a 20.) 9. Mientras hablaba, un fariseo le rogó que fuese a comer a su casa. Y habiendo entrado, Jesús se sentó a la mesa. Entonces el fariseo comenzó a decirse a sí mismo: “¿Por qué Él no se lavó las manos antes de comer?” Y el Señor le dijo: “Vosotros, fariseos, tenéis mucho cuidado en limpiar el exterior del vaso y del plato; pero el interior de vuestros corazones está lleno de rapiña y de maldad. ¡Qué insensatos sois! Aquel que hizo lo que está por fuera, ¿no hizo también lo que está por dentro?”. (San Lucas, 11: 37 a 40.)